lunes, 4 de agosto de 2014

AINHOA


El pueblo nació en el siglo XII por culpa de los peregrinos. Los monjes premostratenses de
San Salvador, en la navarra Urdax (a una legua escasa), levantaron para asistirles una vicaría, la cual pronto se vio acompañada por dos hileras de casas, una a cada lado de la única calle. Un camino bastante transitado aun antes de convertirse en ramal secundario del Camino de Santiago, ya que era la ruta que unía Bayona con Pamplona, y solían frecuentarla muleros, buhoneros y estraperlistas. A partir del siglo XVII, las casas alcanzaron el porte que hoy exhiben con orgullo: fachadas blancas de dos y tres pisos, con entramado visto de madera pintada en rojo o verde, lo mismo que puertas y ventanas, esquinas o dinteles de piedra y tejados a dos aguas, con alerones muy salidos para mejor proteger de la lluvia. Una arquitectura pareja a la de todo el País Vasco, a un lado y otro de la frontera.


Ainhoa se ha convertido con el tiempo en lo que suele llamarse “un pueblo de artistas”, y también de artesanos y gourmets. Una de las cosas que sorprende (porque no se ve a este lado de la frontera) es el pastel vasco de amatxi (o sea, “de la abuela”), tremendamente popular y que se hace con relleno de cereza. Allí, lo vasco se vende, no se discute.